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Hacía tiempo que tenía pendiente escribir mi experiencia en Costa Rica, ya que mis obligaciones todavía no me habían dejado el tiempo suficiente para relatar con la tranquilidad necesaria este viaje a uno de los países más bonitos del mundo. Ha sido en realidad más un viaje de aventura y convivencia, ya que la carrera era la excusa para conocer un país que tenía pendiente hace ya tiempo en mi lista de cosas por hacer. Fui acompañado por Jose "De Pepe" del Club Los Últimos Susmurais, a quién conocí en la Quixote Legend de 2014 y por su amigo Bernardo, del Club de Montaña de Chiclana, dos craks en todos los sentidos y de los que guardo muy buenos recuerdos.
Como decía la carrera fue más una excusa para un viaje en que tuvimos de todo, desde un rafting por el Río Pacuare, uno de los mejores sitios a nivel mundial donde dejarte caer por rápidos de nivel III y IV, a estar colgados cual jamón desde una tirolina (o canopy como dicen por allá). Sin duda lo mejor del viaje fue la convivencia con los "ticos", ya que Jorge Gómez, el organizador de la carrera estuvo en todo momento a nuestra disposición, haciéndonos de guía e incluso ofreciéndonos su casa para descansar un poco antes de la salida a las 12 de la noche, cosa que le agradecimos muchísimo.
Costa Rica es un paraíso para el trail running, ya que tiene montañas con importantes alturas y paisajes espectaculares con mucha variedad de pisos climáticos. La zona del volcán Poás me recordaba más a Suiza que a un país centroamericano, con su clíma fresco, sus casas a dos aguas y sus vacas lecheras, aunque la carrera transitaría por la parte más cálida del país, en un clima tropical seco que la haría muy, muy dura.
Pocos corredores en la salida, en un ambiente rural de una zona alejada de San José que mira al Pacífico. Jorge nos pidió que diéramos una charla a los pocos corredores que se acercaron a participar, pero nosotros preferimos hacerlo más participativo y que hablásemos todo en grupo, para intercambiar experiencias entre ambas orillas del atlántico y la verdad es que se respiraba un ambiente familiar y agradable, algo más cercano a una convivencia que a una competición y desde luego, bastante alejado de a lo que estamos acostumbrados aquí. Con pocos medios, la carrera esta hecha de la ilusión de su organizador, con las limitaciones que esto conlleva para una carrera tan larga, que para todos nosotros, acostumbrados a buenos balizamientos y a que todo esté calculado al detalle, se convirtió en toda una aventura.
Antes de la salida a las 12 de la noche fuimos a descansar a casa de Jorge, ya que la carrera sale del pueblo donde vive y la verdad es que nos costó horrores llegar a la salida, porque todavía no estábamos bien adaptados al cambio horario y veníamos algo cansados del viaje tan largo y de los incidentes que tuvimos con maletas, visitas a la embajada por temas de pasaporte y demás, por lo que en ese momento las ganas de correr eran escasas. A mí se me perdió el móvil justo antes de salir, donde llevaba grabados el track y el mapa de la carrera (lo encontraría a mi llegada metido entre el sofá donde me recosté a descansar, cosas del directo) y Bernardo que había venido recuperándose de una gripe se había pasado de los 150 a los 110 km, pero decidió en el último minuto cambiar a la distancia más corta de 60 km, porque decía no sentirse recuperado... y con estos precedentes tan halagüeños comenzó la odisea.
Jose salió a su ritmo y se puso en cabeza con un corredor local, así que yo apenas lo vi en el primer par de kilómetros iniciales, ya que cogí mi ritmo pensando en lo que quedaba por delante. Al principio me acompañaba Juan Carlos, un chaval del país con bastante potencial, que enseguida impuso su ritmo y se fue alejando, por lo que ya desde el principio me encontré sólo, corriendo entre pistas con pájaros de ojos rojos que brillaban en la oscuridad y que se posaban delante del camino y salían volando una y otra vez. También había unos extraños resplandores azules, plata y violetas en el suelo y que kilómetros más adelante descubrí que eran el reflejo por la luz del frontal, de los ojos de unas pequeñas arañas que andaban por todas partes del camino, y así de entretenido pasé la noche hasta que me amaneció junto al pacífico.
Allí paré para ponerme protector solar y grabar un poco con la cámara ese magnífico amanecer y también allí empezaron los problemas de orientación, ya que en el avituallamiento me dijeron que tenía que llegar a la orilla, pero al estar la marea alta había que ir por un camino paralelo en vez de por donde me indicaron. Cuando paré a grabar vi venir a una corredora, pero cuando me vi atrapado sin salida en la orilla no venía, así que deduje que no era por allí. La única opción que tenía era regresar un par de kilómetros por donde había venido o atravesar unas lagunas de agua salada, que es lo que hice, metiéndome hasta la rodilla.
Al salir de nuevo al camino estuve un tiempo buscando alguna baliza pero no encontraba ninguna y de repente me acordé que por precaución, además de en el móvil había guardado el track en mi nuevo Garmin 920xt que estaba probando por primera vez en una carrera, así que puse la ruta y me sacó del apuro, eso sí me comí algunos kilómetros de más. Más adelante descubriría que no fuí el único en perderme en ese tramo, ya que Jose se perdió durante algunas horas y tuvo incluso que pedir agua en varias casas de la zona. Eso nos sirvió para reagruparnos, ya que al perder tanto tiempo Jose lo pude alcanzar y a partir del kilómetro 50 hicimos la ruta juntos.
En ese momento nos cayó la parte mas fea de la carrera, ya que había que ir por el arcén de una carretera llena de tráfico con coches y camiones. Hasta el kilómetro 65 la carrera tiene demasiado asfalto y pista y sólo a partir de ahí se adentra en montaña, en el Parque Nacional de Carara, por lo que no estábamos preparados para ese tipo de carrera. Nosotros esperábamos un formato más montañero y nos sobró la mochila con todo su peso y contenido. Justo antes de entrar en el Parque Nacional paramos a ponerme vaselina en los pies, puesto que a estas alturas ya me estaba pasando factura el haberme mojado en el tramo donde me perdí y nos alcanzó la corredora con la que coincidí en el pacífico. Nos sorprendió ver que la empezó a acompañar otro corredor para apoyarla y que le hacía incluso de serpa, llevándole el agua y la comida en una bolsa, algo impensable aquí en Europa, donde el corredor debe ser autosuficiente.
Comenzamos una larga y empinada subida en un tramo de pista sin sombra en la que el sol no nos daba tregua pese a no estar muy avanzada la mañana, así que decidimos echar la siesta del borrego entre unas ramas de platanera que amontonamos en el único rincón que encontramos con sombra, para ver si el sol se enamoraba de alguna nube y hacían pareja. Tras un largo rato continuamos, pero más adelante como el sol no nos indultaba, Jose tras la pérdida de varias horas andaba bastante desmotivado y realmente no estábamos disfrutando de la carrera, me dijo que se retiraba. Yo que venía más tocado todavía que él me retiré también, pues a esas alturas mi única motivación era su compañía.
Más tarde nos enteramos que Juan Carlos, el corredor local con el que coincidí al principio de la carrera y que suele quedar en las primeras posiciones, se retiró 5 km más adelante, por lo que con nuestro abandono no quedaba ya nadie en carrera de los de 150 km y esta segunda edición, al igual que la primera quedaba sin completarse. No obstante la organización en la entrega de premios de 110 y 60 km, tuvo a bien entregarnos a los que llegamos más lejos los correspondientes trofeos, en reconocimiento al esfuerzo realizado, otorgándole a Juan Carlos el primer puesto, a Jose el segundo y a mi el tercero, en un emotivo acto en el que además fuimos agasajados con algunos regalos personales, que les agradecemos de corazón a Jorge y a todo el pueblo de Turrubares.
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